CAPÍTULO 4
23/01/2286
He consultado la viabilidad técnica de mi idea con los doctores Heydon,
Lemke y Hewitt. En contra de lo que yo temía, no se han sorprendido ni
escandalizado. Llevar la Realidad Virtual a sus últimas consecuencias,
desdoblando en el sentido físico Mente y Cuerpo, no sólo no es nuevo
para ellos, sino que llevan tiempo acariciando la posibilidad de
insertar la mente humana en cuerpos artificiales tan complejos como una
nave espacial, e incluso dotarla de conexiones neuronales de apoyo con
sistemas informáticos que expandan la capacidad mental en varias
vertientes. El concepto esotérico de Viaje Astral puede hacerse real de
la siguiente manera: Se trasplanta el cerebro
del viajero a la nave
espacial. Asumiendo la nave como su propio cuerpo, realiza el viaje
mientras su cuerpo original es mantenido vivo en la Tierra. A su
regreso, se vuelve a trasplantar el cerebro al cuerpo biológico. De
este modo tan simple, se logran formidables ventajas sobre los dos
conceptos tradicionales de viaje espacial, el de pasajeros y el
automático.
La clave es reducir el Ser Humano a su mínima expresión: el cerebro. La
mente es lo que cuenta. El cuerpo es sólo un conjunto de periféricos
reemplazables, de los que se puede prescindir. El cuerpo humano fue
diseñado por la naturaleza para operar en la biosfera terrestre. En el
espacio interestelar o en otros planetas, no sirve, debiendo ser
protegido por un aparatoso despliegue de tecnología. Sin ningún órgano
aparte del cerebro, los requerimientos del soporte vital se simplifican
de modo asombroso. Un contenedor de dimensiones discretas es cuanto se
necesita. El cerebro puede además recibir datos directamente de los
sensores electrónicos o de los ordenadores secundarios, sin necesidad
de leer o escuchar. En un plano más personal, la falta del cuerpo
biológico no le impide sentir placer sexual, o cualquier otra sensación
agradable, ya que, a fin de cuentas, todo se reduce a impulsos
eléctricos alcanzando ciertas zonas del cerebro. Por otro lado, ni el
más avanzado ordenador del mundo sería capaz de alcanzar la facultad de
Pensar y además pesar menos de cuatro kilos y precisar para su
funcionamiento tan sólo un discreto flujo de sueros químicos.
Más que un tripulante humano, más que una nave automática, el resultado
es un humano con cuerpo de nave. Imposible lograr una compenetración
mayor entre ambos.
27/01/2286
En estos días considero muy en serio la posibilidad de ofrecerme para
protagonizar el que puede ser uno de los más fascinantes experimentos
de la historia humana: El paso de un Hombre al status de Nave Espacial.
Mi metamorfosis cósmica podría abrir el camino a una revolución en los
viajes espaciales y en la dependencia del Ser Humano hacia su cuerpo
biológico. Es probable que las civilizaciones extraterrestres más
avanzadas que acaso existan, hayan dejado tiempo atrás su dependencia
hacia los cuerpos, gozando sus mentes del don de existir fuera de sus
cuerpos originales. En cierto modo, ese es un status que me recuerda al
de los ángeles, fantasmas, y viajeros astrales.
Por supuesto, si decidimos realizar la experiencia, lo haremos bajo el
más absoluto secreto, debido a los impedimentos legales con que nos
toparíamos. El singular desdoblamiento entre mi cuerpo, que permanecerá
en la Tierra, y mi cerebro, que viajará a otros mundos, incurre en un
vacío legislativo, cuando no vulnera algunas leyes. Por otro
lado, mi
singular estado ofrecerá mejores perspectivas de camuflaje que si
desapareciera con mi cuerpo. A todos los efectos, "yo" estaré en la
Tierra, afectado de pérdida de masa encefálica por accidente, mantenido
con vida en la Fundación Murray en el marco de un programa experimental
para tratar de regenerar mis tejidos cerebrales.
El tiempo calculado para el viaje a S-17 es de unos treinta años, entre
el trayecto de ida, el de vuelta, y la permanencia en él para
explorarlo. De modo que es factible para mi esperanza de vida. Cuando
vuelva de este "viaje astral" tendré cerca de noventa años de edad, el
promedio actual de vida. Si vivo lo bastante, aún podré disfrutar de mi
jubilación en la Tierra y colaborar en una campaña a favor de la
Neuropresencia para los viajes espaciales así como apoyar las numerosas
reformas legislativas que mi experiencia provocará en medios legales.
Asumo los peligros psicológicos que tan singular viaje puede depararme.
Después de todo, nadie ha permanecido treinta años en Realidad Virtual,
si bien para mí serán sólo unos cinco los que pasaré consciente. El
resto, consumidos casi por entero en la travesía, los transcurriré en
un estado provocado de coma profundo. Las diversas técnicas de
hibernación artificial no están aún lo bastante desarrolladas para
detener el envejecimiento. El coma profundo tampoco lo hará, pero al
menos me evitará los trastornos psicológicos de pasar tres décadas
consciente en las circunstancias tan peculiares de este viaje.
28/01/2286
Mi vida no ha tenido nada de especial. En mi carrera profesional no he
logrado nada destacado. Se me conoce mayormente por mis teorías
audaces. Pero no cuento con ninguna contribución palpable para la
ciencia. No he logrado desarrollar mi supercomputadora enriquecida con
tejido cerebral. Mi única aportación a la sociedad han sido unas
cuantas decenas de artículos técnicos en publicaciones especializadas,
más para saciar mi papermanía, que con una finalidad útil.
Si me embarco en este experimento, ¿qué puedo perder? Ya no puedo
comenzar una nueva vida a mi edad. Sólo podría esperar mi jubilación
dentro de quince años, y mientras, dar clases y presidir de modo
administrativo proyectos sin interés para mí. Además, sé que me pasaría
cada día del resto de mi existencia preguntándome qué habría sucedido
de realizar el experimento, y lamentándome por no haberlo intentado.
Decido hacerlo. Creo poseer la dosis necesaria de valentía, o quizá de
locura presenil típica de un hombre cuando se resiste a aceptar que ya
no es joven.