CAPÍTULO 3
17/01/2286
Adentrándonos
en un terreno
susceptible de considerarse ilegal, hemos realizado de modo clandestino
experimentos con neuronas humanas. El comportamiento del ordenador no
ha diferido del de otros animales. A todos los efectos, la mentalidad
es la de un bebé, más rudimentaria de hecho, ya que todo recién nacido
tiene un cerebro entero, y aún así pasa años aprendiendo y madurando
intelectualmente.
Me siento hundido, destrozado. Hemos
agotado todas las posibilidades.
He fracasado. No sólo he defraudado
las esperanzas que los directivos de la misión KEPLER depositaron en
mí, sino también a mí mismo, y a todos mis sueños. Recuerdo mi
entusiasmo casi místico cuando en mi juventud finalicé mis estudios
universitarios y me incorporé en el mundo profesional. Entonces creía
con firmeza que era posible construir ordenadores capaces de pensar
como el Ser Humano, que la Inteligencia Artificial podía fusionarse con
la Natural en biocomputadoras, que tras la esencia del concepto de
Realidad Virtual estaba el secreto para que el Hombre viajase a las
estrellas, que yo mismo tenía posibilidades de hacer un viaje de esa
magnitud, y otras muchas cosas. Ridículo.
Cuando acepté mi cargo en el proyecto
KEPLER, creí que podía desarrollar una computadora capaz de responder a
las exigencias planteadas por la misión, pero me equivoqué. Mis sueños
en el terreno de los ordenadores, se desvanecen, como también lo
hicieron hace tiempo los de viajar a las estrellas. Mi vocación era lo
único que me quedaba, tras mis dos fracasos matrimoniales y el enorme
vacío personal en el que he sumido mi vida al dedicarla por entero a mi
vocación y renunciar a vivirla en otros planos disfrutándola.
Pronto cumpliré cincuenta y siete
años. Es una edad conflictiva. Soy demasiado viejo para replantear mi
vida y asumir nuevas metas. Y demasiado joven para renunciar a ello y
conformarme con lo que he hecho.
21/01/2286
Me resisto a ceder, a optar por
desarrollar un simple ordenador convencional que será incapaz de asumir
el rol que teníamos previsto para el cerebro de KEPLER.
Mis pensamientos se extienden de modo
febril en múltiples direcciones, tratando de dar con una solución, por
descabellada que resulte.
Vuelvo a meditar en la Telepresencia;
la Realidad Virtual aplicada al control remoto. Aunque el cuerpo físico
se halle en otra parte, la mente está de manera sensorial dentro del
vehículo que sirve de cuerpo virtual. ¿Y si estuviese allí de veras? A
fin de cuentas, lo que de verdad importa es la mente. Un cuerpo plantea
numerosos problemas de soporte vital, pero ¿y un cerebro?...
Como un
relámpago, una idea alocada
surca mis pensamientos. Sopeso ciertos comentarios de los doctores
Richard Heydon, Arthur Lemke y Pamela Hewitt, directores de las
investigaciones neurológicas que la Fundación Murray realiza para
nosotros. Valoro sus experiencias previas al proyecto, algunas de ellas
suspendidas por prohibiciones legales, relativas a trasplantes de
cerebros humanos y mantenimiento de los mismos fuera de sus cuerpos,
alojados en soportes artificiales abastecidos con depósitos de
sustancias nutrientes. Recuerdo en especial el caso de una mujer cuyo
cuerpo quedó destrozado en un accidente, pudiéndose sólo salvar el
cerebro. Ellos lo trasplantaron a un cuerpo artificial dotado de
apéndices manipuladores y extremidades locomotoras, así como los
sentidos principales, en el que vivió durante el año y medio que se
necesitó para encontrar una donante de cuerpo, una chica que sufrió
perdida de masa encefálica. El cuerpo artificial sirvió bien a su
dueña, aunque no se pareciera mucho al de un Ser Humano. Superadas las
tensiones psíquicas obvias, ella se adaptó bastante bien a su nuevo
cuerpo. La experiencia en sistemas de Realidad Virtual contribuyó de
modo notable a convertir sus impulsos eléctricos nerviosos dirigidos a
los inexistentes músculos, en ordenes para los diversos motores. De
igual modo, los estímulos externos eran procesados para alcanzar el
cerebro como si procediesen de unos ojos y oídos humanos inexistentes.
Como ventajas, no necesitaba respirar, aunque su mente siguiese
enviando la orden de modo inconsciente, no experimentaba cansancio
físico, y no dependía de la alimentación para subsistir. No dudo que
con un cuerpo apropiado, hubiese podido descender al interior de un
volcán activo, bucear bajo el hielo de la Antártida... o desplazarse
por el espacio.
Me imagino a mí mismo en una
situación parecida a la de ella, pero con un cuerpo artificial muy
especial. Y pienso también en la necesidad que KEPLER tiene de una
mente humana que la gobierne, en mi dilatada experiencia como operario
de sistemas de Realidad Virtual, y en lo que yo estaría dispuesto a dar
a cambio de vivir la fascinante experiencia de viajar a las estrellas...
Mi mente, es decir Yo, a las
estrellas. La sonda KEPLER como mi cuerpo virtual. Me ofrecería
voluntario para tan singular experimento, aunque las garantías de éxito
no fuesen totales. Es seguro que no lo haría si tuviera hijos, si
gozase de una relación sentimental, o, simplemente, si fuese joven y
tuviera una vida por delante. En mis actuales circunstancias, quiero,
deseo arriesgarme, volar libre hacia la aventura aunque sea por una
sola vez en mi existencia, aunque ello ponga en peligro mi vida.