CAPÍTULO 5
La
doctora tomó varios instrumentos portátiles, los
introdujo en una mochila, y portando en su mano uno de ellos, por
fortuna de apariencia bastante discreta, salió a la calle, que
ya presentaba el acostumbrado bullicio matutino.
Avanzando en la dirección hacia la que había huido el
cúmulo, empezó a tomar lecturas. La leve pero
anómala ionización que captaba, constituía el
rastro dejado por el campo Tau-Lambda, y le servía para
seguirle. Confiaba poder llegar hasta él mediante este
procedimiento.
A juzgar por las huellas electromagnéticas, se desplazaba a ras
de suelo casi todo el tiempo. No saltaba por encima de los edificios
para avanzar en línea recta, sino que se desviaba siguiendo el
curso de las calles. Ello podía deberse a ignoradas limitaciones
físicas del campo, o bien responder al patrón de
comportamiento propio de la mente de una persona actuando como si
creyese tener cuerpo físico. El rastro sugería que ello
circulaba más por el centro de la calzada que por las aceras.
Cuando Margot llevaba mil doscientos metros recorridos,
descubrió una casa acordonada por la policía. Varios
agentes, así como un equipo médico, se hallaban en pleno
trabajo. Los segundos se llevaban un cuerpo, por lo visto un
cadáver, mientras los primeros entraban y salían
atareados con las labores típicas que siguen a un accidente o
delito grave.
Preguntó a un vecino sobre lo ocurrido. Este le informó
que el abogado Rudolf Fietzek, propietario de un gabinete
jurídico, había sido asesinado durante la noche en su
cama. Las circunstancias no eran nada claras. Su mujer había
sufrido una crisis nerviosa, vociferando sobre incoherencias fruto sin
duda de desvaríos.
Margot sabía bien quién era Rudolf Fietzek.
Una hora más tarde, una emisora de radio urbana dio la noticia,
ampliando la información. El presunto homicidio se había
perpetrado a las 3 y 42 de la madrugada... dato significativo para la
doctora.
Por otro lado, su examen de las inmediaciones de la casa reveló
una ionización mayor que la dejada a lo largo del camino, lo que
indicaba una intensa actividad del campo Tau-Lambda en aquel lugar.
Los indicios eran sobrados para que ella dedujese qué
había ocurrido, y un profundo escalofrío recorriera su
cuerpo.
Se sobrepuso y continuó siguiendo el rastro
electromagnético. Este se dirigía hacia una
dirección bien concreta, atajando por varias calles y luego
siguiendo una avenida. Eran las once y media de la mañana
cuando, a once kilómetros de la casa de Fietzek, detectó
una mayor ionización frente a una lujosa casa. Una discreta
mirada a su buzón, ante dos guardias de seguridad más
desconfiados de lo que sería habitual, le reveló el
nombre de Heinrich Nienstedt. Más tarde, oyendo la radio a
través de auriculares mientras tomaba un rápido y frugal
almuerzo en una cafetería, supo que Nienstedt, político
local desde mediados de los años setenta, miembro del partido
comunista durante el anterior régimen, y ahora
democrático militante de otra formación, había
sufrido un atentado mortal en su propio domicilio a las cuatro de la
madrugada.
El rastro electromagnético seguía hacia las afueras de la
ciudad, avanzando ahora ya en línea recta, campo a
través. Se debilitaba, al parecer por el tiempo transcurrido y
también por una paulatina pérdida de potencia del campo
Tau-Lambda.
Margot consultó un mapa y ciertos datos. Su intuición no
le falló. El cadáver psíquico de su padre
había avanzado directamente hacia la casa de Fietzek.
Allí había variado su rumbo en unos cincuenta grados,
desplazándose también de forma directa hasta el domicilio
de Nienstedt. Tras ello, su curso se alteraba de nuevo y salía
de Berlín en línea recta. Al obtener las direcciones de
los tres restantes verdugos de su padre, uno de ellos un cirujano
facial con una clínica propia en Hannover, y dos de ellos
residentes en Costa Rica como presidente y vicepresidente de una
compañía internacional de sistemas electrónicos
avanzados, supo cuál era el siguiente objetivo. La trayectoria
apuntaba a Hannover.